La perseguí hasta el catre. Cap. 3.
La perseguí hasta el catre, aun así escapó viva la joia. Todo comenzó en el "Vivaldi", donde me disponía a disfrutar de un concierto de un artista de fama internacional, al cual, además conocía personalmente. Como anécdota diré que actuaba una chica, cantautora ella, no recuerdo el nombre...hasta aquí el modo evasivo, ¡que carajo...claro que me acuerdo...ella es la protagonista de todo esto! En fin, que a pesar de la no muy destacable primera impresión viéndola sobre el escenario con su guitarrita, la cual no expondré, no sea que esto llegue a sus manos y tenga que dar explicaciones, por suerte con el pasar de las canciones cambió, podríamos decir, radicalmente. Aprovecho la ocasión para decirles que los anuncios de colonia son todos mentira, porque desde luego y gracias a Dios, la primera impresión no es la que queda y yo por supuesto, siguiendo mi modus operandi no me había puesto nada que pueda camuflar el olor de mis feromonas, a pesar de que está demostrado que deben oler a rancio, porque no se arriman ni las de pago, dicho esto dejen de soñar que aparecerá una tipa en moto con las tetas embutidas en una chaqueta de cuero, con la cremallera a punto de frío, por que como ya dije, es todo mentira. Bien, siguiendo con el concierto, evidentemente se respiraba pasión entre la artista y el espectador, entre todos los espectadores, pero especialmente con uno, que extrañamente era yo. Una vez acabada su actuación, restaba la de el artista que me había, inicialmente, arrastrado hasta allí, como ahí, pasión hubo poca, obviaremos esa parte. Tras ambos recitales me personé frente a la joven con el ánimo alevósico (gracias Batanero por la frase) de hacerme notar, y a fe que lo conseguí. Desde el principio daba la impresión de estar rendida a mis pies, y yo, no pude más que aprovechar la circunstancia, porque ¿cuántas veces había pasado algo así en mi vida? (no respondan, era una pregunta retórica). Bueno, pues tras unas cervezas, unos cumplidos y algún que otro gesto para mi archivo histórico general, me dijo que se tenía que ir...raudo cual antílope que se mofa de su presunto captor, me ofrecí a acompañarla y cual sería mi sorpresa al oir un “vale, así seguimos hablando” que por unos instantes hizo evidenciar lo frágil de mi supuesta entereza. Seamos serios, no hubiera apostado ni un euro danés por que algo tan poco sutil funcionase. Así que recogimos nuestras respectivas prendas de abrigo, que por cierto, vaya rasca ha hecho estos días y salimos a la calle. Si llego a saber que la prójima vivía mas allá de donde se reparte el último periódico, me lo hubiera pensado antes de ofrecerme, solo falta que espere que pague el taxi, ¡dios mío, si creí que el taxímetro iba a dar ya la vuelta a todos sus dígitos aun siendo digital! Llegamos a su casa, no diré cuanto desenbolsé al taxista, porque soy un caballero, pero diré que el tipo cuando nos bajamos colgó un cartel de fuera de servicio, y nos hizo saber ostensiblemente que ya había hecho la noche y se iba a casa a dormir. Entramos en un viejo portal, subimos por una vieja escalera hasta llegar a su puerta, yo pensaba, después de la vuelta que hemos dado, parece que estamos en el Raval, coño, a todo esto, además, yo con la guitarrita a cuestas, como un campeón, lo dicho, un caballero. Entramos al domicilio, por suerte no era desde luego la casa que hubiera esperado si siguiera aferrado a la primera impresión que como ya dije, no quedó. Lo cierto es que me gustó el pisito, ahí, con la cama bien visible desde la primera vista, para no tener que andar buscando escusas raras para llegar hasta ella. Y fue allí, sentados en la cama donde yo ya estaba gozando aun sin nuestra presencia física, donde me besó la mejilla, me dio las gracias, y me despidió. Me dijo que tenía novio y que aunque reconocía haberse sentido tentada a correr el riesgo de procrear conmigo, que durante el viaje de retorno (para ella, a mi aun me quedaba volver a mi casa, en la otra punta de la ciudad) lo había pensado seriamente y que mejor, dejar las cosas como estaban. Añadió que lo sentía mucho y agradeció todas las atenciones que había tenido para con ella. Después hablamos un rato y decidimos que lo mejor sería que me fuera. Así lo hice, cogí mi prenda de abrigo (que por cierto, vaya rasca hizo esos días) y salí sin mirar atrás. Al bajar por la vieja escalera, me crucé con un joven, la curiosidad me hizo retrasar mi salida del portal...si llamó a la puerta de ella...al final, tuve suerte y todo.
El tío Bob. 2005.